Los San Pedro Salem: una familia en tiempos de revolución y modernidad
Por Ricardo Peltier San Pedro
Mis bisabuelos, Fernando San Pedro López y Úrsula Salem Repetto, vivieron en carne propia el tránsito de una era. A finales del siglo XIX, el régimen del general Porfirio Díaz se erguía como una roca inamovible, prometiendo progreso material a costa de un estancamiento social y político.
Durante más de tres décadas bajo la dictadura de Porfirio Díaz, México se transformó. Los ferrocarriles unieron regiones antes aisladas, el telégrafo acercó las comunicaciones y las inversiones extranjeras modernizaron minas, haciendas y puertos. Sin embargo, este desarrollo distó mucho de ser equitativo. Una minoría privilegiada concentró la mayor parte de las riquezas, mientras campesinos y obreros padecían severas condiciones de explotación.
En Tampico, donde Fernando y Úrsula echaron raíces, la modernización se sintió con especial fuerza. El puerto se convirtió en uno de los más dinámicos del Golfo, receptor de vapores extranjeros y mercancías de ultramar. Allí se gestaba, a finales del Porfiriato, un auge petrolero que cambiaría para siempre el destino de la región. La llegada de compañías extranjeras trajo consigo riqueza, urbanización y una vida social vibrante, pero también contrastes cada vez más profundos entre el esplendor de las élites y la precariedad de los trabajadores que extraían el "oro negro" con sus manos.
Aquella aparente paz, sin embargo, era tan frágil como el papel. Bajo la superficie, las tensiones crecieron hasta estallar en 1910, con una Revolución que sacudiría a la nación hasta sus cimientos. La familia San Pedro Salem vivió esos años de incertidumbre en medio de una ciudad marcada por la llegada de migrantes, el bullicio de los comercios y la amenaza constante de la guerra. Durante una década, México entero se debatió entre la esperanza de un cambio y el dolor de la violencia: campesinos en armas reclamaban tierras, obreros buscaban mejores condiciones de vida y caudillos militares se disputaban el poder. El país emergió exhausto de esa lucha, pero también transformado, con nuevas instituciones y una promesa de justicia social que tardaría décadas en cumplirse.
Fue en ese turbulento amanecer del nuevo siglo donde los hijos de Fernando y Úrsula forjarían sus destinos, entre ellos Eduardo, mi abuelo. La vida de la familia se entrelazó estrechamente con Tampico, un puerto que, gracias al petróleo, experimentaba una explosión de riqueza y modernidad, símbolo a la vez de prosperidad y de contradicciones.
Fernando y Úrsula habían unido sus vidas en 1887, justo cuando el proyecto porfirista alcanzaba su mayor esplendor. En Tampico, construyeron una familia de seis hijos: Fernando (1888), Eduardo (1890), Amalia (1891), Concepción(1896), Roberto (1897) y Clara (1899). Pero la historia, como la vida, guarda siempre secretos. Años después, un susurro familiar salió a la luz: la existencia de una media hermana, María, nacida en 1886 de una relación previa de Fernando con Flavia Jiménez. El matrimonio de María con Manuel S. Sánchez, celebrado en 1908, fue un capítulo discreto pero esencial en el entramado de la memoria familiar.
Cada uno de los hijos del matrimonio San Pedro Salem encarnó un eco de su tiempo.
En la memoria familiar, el nombre de Fernando resuena con fuerza. El primogénito fue un hombre marcado por la política, aunque su vida privada guardaba silencios que solo se revelaron después de su muerte. Siempre soltero ante los ojos de la sociedad, formó en realidad una familia discreta, protegida por las sombras de las convenciones de su tiempo. Uno de sus hijos me confesó, años más tarde, que lo acompañaba en secreto a la Quinta Úrsula, una finca que había bautizado en honor a la mujer que más amó: su madre. Aquel lugar era más que una propiedad; era un refugio cargado de recuerdos, un santuario donde latía la memoria.
Un cronista local lo retrató con precisión: "Don Fernando —escribió Roberto Guzmán Quintero en un libro publicado por el Consejo de la Crónica de Tampico— nació el 14 de febrero de 1902 en Tampico; el padre se llamó Fernando, de oficio comerciante; la madre Úrsula, de padres italianos, lo dio a luz en la casa ubicada en la esquina de las calles Altamira y Salvador Díaz Mirón, frente a la Plaza de Armas. El alumbramiento en el hogar era común en aquellas épocas, por la carencia de suficientes servicios hospitalarios y por la confianza que se tenía en las parteras. Una tía que fue a conocer al recién nacido exclamó que parecía un durazno, pero lo dijo en inglés: peach. Y así se le quedó el mote, como se pronunciaba. Fue conocido como el 'Pich' San Pedro”.
La esfera pública lo llevó a ser presidente municipal de Tampico en dos periodos: 1946–1948 y, de manera sorprendente, en 1972–1974. Eran años en que la ciudad vibraba al ritmo del petróleo y en que la política local se entrelazaba con los intereses nacionales. El México posrevolucionario consolidaba la hegemonía del PRI, y cada presidencia municipal era pieza clave de un engranaje de control y lealtades. La cercanía de Fernando con Emilio Portes Gil, expresidente de México y figura central del México de entreguerras, lo colocó en un círculo de influencia que reflejaba la importancia de Tampico como puerto petrolero y comercial.
Mi abuelo Eduardo, hermano de Fernando, eligió un destino distinto. Se casó con Kathleen Bungey Egan, la joven inglesa que había cruzado el Atlántico siendo niña, y con ella formó una familia en Tampico. Tuvieron dos hijas, Catalina (1917) y Alicia (1921). Pero la vida, como tantas veces, guardaba un capítulo previo: de una unión anterior habían nacido Carlos y Emma, quienes con el tiempo encontraron su lugar dentro del entramado familiar.
Carlos creció bajo la guía del “Pich” y lo acompañó en sus empresas. Colaboró con él en De la Garza y San Pedro, S.A., concesionaria de automóviles Studebaker e International Harvester, marcas que simbolizaban la modernidad de las primeras décadas del siglo XX, y en los baños de vapor “Florida”, en el sur de la ciudad, un espacio de convivencia muy popular en una época en que la vida social se entretejía en cafés, clubes y negocios familiares.
Emma, en cambio, tomó otro camino. Mi abuela Kathleen insistió en que su hijastra estudiara en la Ursuline Academy de Nueva Orleans, una institución de prestigio que abría puertas a una formación cosmopolita y bilingüe, y en la que ella había cursado sus estudios en la adolescencia. Ya adulta, trabajó como operadora bilingüe en la Compañía Telefónica Tamaulipeca, en los años en que la voz de una persona era indispensable para enlazar dos puntos distantes. Emma era el enlace humano entre quien solicitaba una llamada y quien la contestaba, en tiempos en que cada conexión debía pasar por la voz paciente de una operadora. Por eso, Emma se volvió conocida por mucha gente en Tampico: era la voz amable que conectaba hogares, comercios y oficinas en una ciudad que crecía al ritmo del petróleo, los ferrocarriles y los cables telefónicos.
La red telefónica, además, no era solo para vecinos o pequeños comercios. Las grandes compañías petroleras con operaciones en el puerto —La Huasteca Petroleum, El Águila, La Corona, Standard Oil, la Transcontinental y la Mexican Sinclair— contaban con sus propios conmutadores privados, los cuales se interconectaban con la central de la Telefónica Tamaulipeca. Gracias a ello, Emma no solo enlazaba a vecinos y familias, sino también a ingenieros, capataces y ejecutivos de un mundo empresarial que definía la economía y el destino del puerto.
La vida de mi abuelo Eduardo se desarrolló en un periodo en que México buscaba estabilidad tras la tormenta revolucionaria. En esos años, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles marcaron la política nacional con un proyecto de reconstrucción, y desde 1929 el recién fundado PNR (antecesor del PRI) dio forma al régimen que dominaría el siglo XX. Tampico, en tanto, era un hervidero de actividad, donde familias como la nuestra mezclaban la herencia local con influencias extranjeras, reflejo de un puerto siempre abierto al mundo.
Amalia, casada con el tejano George W. Clynes en 1912 en Tampico, representaba un vínculo con la frontera norte, un flujo constante de personas y capitales. Tuvieron seis hijos, cuyos nombres —Amalia Eliza, Rosa Lee, Jorge, Beryl Clara, Betty Lou y Robert Steward— reflejan un mestizaje cultural. Todos ellos nacieron entre 1914 y 1929, una época en la que la movilidad entre México y Estados Unidos se intensificaba. Mientras el país sufría los estragos de la Revolución y la Guerra Cristera, muchos buscaron seguridad y oportunidades al norte del río Bravo. Amalia y George encarnaban ese puente entre dos mundos que, a pesar de las fronteras, se necesitaban mutuamente.
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Amalia San Pedro Salem
Para muchas familias, casarse con ciudadanos o residentes estadounidenses fue una vía de seguridad, movilidad social y acceso a mercados y redes en los Estados Unidos. La cercanía con Texas y la presencia de compañías petroleras americanas hicieron de Tampico un punto de intensa interacción comercial. Las familias binacionales aprovecharon oportunidades laborales, comerciales y de educación en ambos lados del río Bravo; además, los nombres anglosajones de los hijos de Amalia evidencian una asimilación cultural y económica orientada a la movilidad transfronteriza.
Concepción se casó en 1917, en plena Revolución, con Miguel G. Ytuarte en San Antonio, Texas. Tuvieron dos hijas —María Conchita (1922) y Rosa Catalina (1928)—, nacidas en Tampico. El matrimonio en territorio estadounidense y el retorno posterior a Tampico son rasgos típicos de las familias que, por violencia o búsqueda de estabilidad, se movieron durante esos años. 1917 no es solo la fecha de su boda; es el año de promulgación de la Constitución mexicana, que incorporó demandas sociales de la Revolución. Sin embargo, muchas regiones vivieron violencia y desplazamientos: San Antonio, Laredo y otros enclaves texanos fueron refugio para mexicanos que buscaban seguridad temporal y oportunidades laborales. El hecho de casarse en EE. UU. es indicio tanto de desplazamiento como de la fluidez transfronteriza de la época.
Concepción San Pedro Salem
El retorno y el asentamiento posterior en Tampico muestran la resiliencia de las redes familiares. Concepción y Miguel operaron dentro de una comunidad donde las mujeres actuaban como nodos de reconstrucción familiar: mantener lazos, asegurar la educación de las hijas y conservar la memoria comunitaria. El hecho de que las hijas nacieran en Tampico informa de la estabilización familiar tras los años de convulsión.
La vida de Roberto es un recordatorio de que, incluso en los momentos de aparente prosperidad, la tragedia acecha. En 1927, a los 28 años, su vida se vio truncada por un disparo accidental mientras cazaba en las faldas del Cerro del Bernal. La fatalidad, lamentablemente común en las actividades recreativas de la época, se registró oficialmente a las 16:45 horas del 14 de marzo de 1927, dejando a la familia en luto en una etapa en la que México intentaba dejar atrás la violencia revolucionaria para entrar en una etapa de reconstrucción.
Clara, la menor de la familia San Pedro Salem, selló su destino en 1929 al unirse en matrimonio con el potosino José Trinidad Ávila Irigoyen. De esa unión nació una hija, también llamada Clara, en 1932. Pero antes de ser esposa y madre, Clara ya había conquistado el corazón de su ciudad: en 1923, su juventud radiante fue coronada como Reina de las Fiestas del Centenario de Tampico.
Ese centenario fue mucho más que una celebración local: representó el deseo de mostrar a México y al mundo una ciudad moderna y cosmopolita, y de lucir la prosperidad que el petróleo y el comercio traían a la región. El Álbum Centenario de Tampico 1823-1923 inmortalizó esos días de esplendor, con retratos de políticos, familias influyentes y jóvenes como Clara, cuya belleza quedó como emblema de una época en que Tampico vibraba con modernidad y promesas de futuro.
Clara San Pedro Salem
Reina de las Fiestas del Centenario de Tampico, 1823-1923
El Álbum Centenario, concebido para inmortalizar aquellas fastuosas celebraciones, es hoy un espejo de la vida social y política de la ciudad. En sus páginas desfilan nombres que marcaron la historia: el licenciado Emilio Portes Gil, entonces joven diputado por Tampico y futuro presidente de México; Concepción San Pedro Salem de Ytuarte, distinguida integrante de la asociación Hijas de Tampico; el licenciado Alfredo Ramírez Corona y su esposa, Rosa Salem Repetto; y Amalia San Pedro Salem de Clynes, retratada junto a tres de sus hijos. Entre esas escenas resplandece la figura del gobernador de Tamaulipas, César López de Lara, acompañado de Clara, la Reina de las Fiestas, durante el baile celebrado en los salones del Casino Tampiqueño la noche del 11 de abril de 1923.
La magnitud del festejo quedó subrayada con la presencia del presidente de la República, el general Álvaro Obregón, quien envió un mensaje oficial de felicitación el 7 de abril de 1923:
“Para la ciudad de Tampico en el primer centenario de su fundación, con mis votos muy sinceros por su prosperidad”.
La década de los veinte consolidó la prosperidad petrolera de Tampico. Los actos sociales —baile en el Casino Tampiqueño, banquetes, álbumes con retratos— eran parte del circuito de visibilidad de familias influyentes. La coronación de Clara es, por tanto, un símbolo de la prosperidad urbana patrocinada por la bonanza petrolera.
En el devenir de los hermanos San Pedro Salem se refleja más que la vida de una sola familia. Sus caminos —la política de Fernando, las empresas de Eduardo, el mestizaje cultural de Amalia, el exilio y regreso de Concepción, la tragedia de Roberto y el brillo social de Clara— fueron también los senderos de un México en transformación.
Tampico, con su petróleo, sus ferrocarriles y sus cables telefónicos, fue el escenario donde se cruzaron las memorias familiares y los grandes procesos históricos: la Revolución, la modernización, los vínculos con el extranjero y la consolidación de un nuevo orden político.
Así, al contar la historia de mi abuelo Eduardo, al igual que la de sus hermanos, no solo se evoca un linaje; también se ilumina una época en que cada decisión personal estaba inevitablemente ligada al destino de una nación que buscaba renacer.
En paralelo, otra rama de la familia trazaba su propio destino. Teresa Salem Repetto, hermana de mi bisabuela Úrsula, se casó en 1906 con Lorenzo del Paso y Troncoso y Miguelena. De esa unión nacieron dos hijas en el puerto de Tampico: Rosa María (1908) y María Teresa (1914). Sus infancias transcurrieron en una ciudad que se expandía al ritmo del comercio y del petróleo, un escenario vibrante donde se entrelazaban las costumbres heredadas con los aires de modernidad.
Mariano, el único hijo varón de los Salem Repetto, también formó su hogar en ese puerto en auge. En 1919 contrajo matrimonio con Carolina Cárdenas, con quien tuvo cuatro hijos: Luciano (1921), Mariano (1924), Francisco (1925) y Jesús (1928). Cada uno de ellos vio la luz en un Tampico que ya no era el puerto provinciano de antaño, sino un lugar donde las locomotoras, los buques petroleros y los tendidos eléctricos marcaban la vida cotidiana. Sus primeros años estuvieron atravesados por el murmullo constante de una ciudad que crecía de la mano de la modernización y el capital extranjero.
Finalmente, Rosa Anastasia Salem Repetto unió su vida a la de Alfredo Ramírez Corona, una figura reconocida en Tampico por su carácter y presencia. De ese matrimonio nació una hija única, a la que llamaron Italia. No fue un nombre elegido al azar, pues evocaba la tierra de los abuelos, Luciano Salerno Buscaroña y Rosa Ángela Repetto, y guardaba la memoria de un país lejano que seguía vivo en las nostalgias familiares. Italia Rosa Ramírez Salem creció, así, con un nombre que era a la vez herencia y destino: un puente entre el Viejo Mundo y un México que se abría con fuerza al porvenir.
El tiempo confirmaría el presagio inscrito en su nombre. Italia se distinguió como intérprete al servicio de diversos presidentes de México, consolidando una trayectoria marcada por la excelencia profesional. Su labor fue reconocida con condecoraciones internacionales de alto rango, distinciones que rara vez se concedían a ciudadanos extranjeros.
En el Reino Unido recibió la Real Orden Victoriana, instituida por la reina Victoria en 1896 y otorgada directamente por el monarca británico como muestra de aprecio personal. La condecoración le fue impuesta por su Majestad Isabel II, en reconocimiento a su servicio y contribución en actos oficiales de Estado.
En Francia fue distinguida con la Orden Nacional del Mérito, en grado de Caballero, creada en 1963 por el general Charles de Gaulle para honrar a quienes se destacaran en el ámbito civil o militar. La distinción le fue otorgada por el presidente Valéry Giscard d’Estaing, como prueba del aprecio de la República Francesa a su labor en el ámbito diplomático.
En Suecia fue honrada con la Real Orden de la Estrella Polar, institución caballeresca fundada en 1748 por el rey Federico I, destinada a reconocer los servicios excepcionales a la nación sueca y a sus relaciones internacionales. Le fue concedida por su Majestad Carl XVI Gustaf, rey de Suecia, como testimonio de respeto y gratitud hacia su desempeño profesional.
Reconocimientos de esta envergadura, reservados a contadas personalidades, dieron testimonio de la disciplina, la capacidad y el prestigio que definieron su vida y su carrera. En los ámbitos político, tanto nacional como internacional, se le conoció como Italia Morayta, el nombre que adoptó tras su matrimonio con el doctor Miguel Morayta Ruiz y con el cual proyectó su identidad profesional y pública.
La generación de Italia, Teresa, Mariano y Rosa nació en un México en plena transformación. El país intentaba rehacerse tras el cataclismo de la Revolución de 1910 y, a partir de 1929, comenzaba a afianzar un nuevo orden bajo el amparo del partido oficial. Cada nacimiento de ellos representó un acto de fe en medio de la incertidumbre, y cada vida se convirtió en un hilo esencial dentro de un tapiz más amplio: el de una familia que se negaba a olvidar su origen y el de una nación que, entre heridas y esperanzas, se atrevía a renacer.
Italia Morayta, y sus padres Alfredo Ramírez Corona y Rosa Anastasia Salem Repetto
Un dato histórico necesario de corregir: Mariano Salem y Carolina Cárdenas tuvieron 4 varones: Luciano, Mariano, Francisco (1926) y Jesús
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