Entre la Inglaterra Victoriana y el México Revolucionario: de Liverpool a Tampico

Por Ricardo Peltier San Pedro



Charles Alfred Bungey Wilcox y su hija Kathleen Bungey Egan


El vacío que Mary Louise dejó era un abismo en la vida de mi bisabuelo Charles Alfred. La soledad de la viudez se le pegó a la piel como una segunda sombra. Con el corazón aún sangrando por la pérdida, tomó una decisión difícil: su joven hija Kathleen, de apenas quince años, cruzaría la frontera hacia Nueva Orleans. Su destino sería la Ursuline Academy, una de esas prestigiosas escuelas para señoritas que las monjas ursulinas habían levantado en Estados Unidos. Para Kathleen, sería un refugio, un nuevo comienzo; para Charles, una despedida dolorosa pero necesaria.

Mientras ella se adaptaba a la vida lejos de casa, él fue llamado por el deber. La compañía petrolera El Águila lo necesitaba. Sus ojos expertos debían supervisar la exploración en los prometedores campos de Tanhuijo, un terruño cercano a Tuxpan, donde el "oro negro" comenzaba a brotar con fuerza.

Dicen que ni la distancia ni la pena podían apagar el amor de un padre. Y así fue. En diciembre de 1915, Charles Alfred zarpó de Tuxpan, Veracruz, a bordo del barco Cerincalo. Su destino era Nueva Orleans, su objetivo: celebrar la Navidad junto a su hija Kathleen. El 5 de diciembre de 1915, el barco atracó en el puerto, trayendo consigo la promesa de unos días de alegría compartida, un breve respiro antes de que la sombra de la tragedia, obstinada y cruel, volviera a cernirse sobre sus vidas.

La vida, en efecto, tenía otros planes. Nueve meses después de aquella Navidad, cuando el eco de las risas y los villancicos aún debía resonar en la memoria de Charles, la madrugada del 16 de septiembre de 1916 trajo consigo el final. En medio del fragor de la Revolución Mexicana, una bala perdida lo alcanzó. No era una batalla cualquiera; era el infierno desatado entre las fuerzas de Villa y los leales a Carranza, una lucha encarnizada por el control del valioso "oro negro" de Tanhuijo, en el corazón de la Faja de Oro. En la década de 1910, esta era una de las zonas productoras de petróleo más ricas del mundo.

El acta del Registro Civil, con su fría precisión, narraría lo sucedido a través de las palabras de Alberto J. Aguilar, de 33 años y originario de San Luis Potosí, quien declaró ante el Juez Auxiliar Manuel M. Díaz:

“… que el día 16 del actual como a las tres y media de la mañana falleció accidentalmente de las heridas que recibio con arma de fuego en el combate que sustuvieron las fuerzas constitucionalistas con los reaccionarios en el expresado campo de Tanhuijo, el adulto Carlos Alfredo Bungey, originario de Londres y vecino de Tanhuijo, de cuarenta y cinco años de edad y empleado, de padres desconocidos…”

No se trataba de una batalla por un pueblo, sino por el dominio de un recurso que movía la economía mundial y las flotas navales de las grandes potencias. La Huasteca se había convertido en el ojo del huracán, un botín estratégico disputado con saña por cada facción revolucionaria y por los intereses voraces de las potencias extranjeras. Vivir allí en esos años no era vivir; era sobrevivir en la encrucijada del destino, donde cada día era una apuesta y cada sombra un peligro.

Charles Alfred partió a los cuarenta y cinco años, según el acta, aunque su familia siempre recordaría que fue a los cuarenta y uno. Su cuerpo encontró reposo en el cementerio de San Marcos, en la apacible Villa de Tamiahua. Pero su muerte no fue un eco silencioso. La noticia cruzó fronteras, resonando incluso en las páginas de un periódico de Dallas, Texas:

«C.A. Bungey, Former Houstonian and British subject, who was killed in a battle between Villistas and Carranzistas near Tampico last Saturday.»

La muerte de un ciudadano británico no era un detalle menor en aquellos tiempos revueltos. Para los intervencionistas en Estados Unidos y Europa, cada incidente así era una prueba irrefutable de que México era un "Estado fallido", incapaz de salvaguardar vidas y propiedades extranjeras. Que un periódico de Dallas lo publicara era, en realidad, predecible. Texas era el epicentro de la industria petrolera estadounidense, y su mirada estaba fija en todo lo que ocurría al sur de la frontera, especialmente en la rica región de Tampico y la Huasteca. La noticia de que un súbdito inglés había caído en un tiroteo revolucionario alimentaba la narrativa del caos y el riesgo, sirviendo como material de primera plana para un debate que en varias ocasiones, por poco, desencadenó una intervención militar de EE. UU. en México. La tragedia de Charles Alfred se convirtió, sin quererlo, en una pieza más del complejo ajedrez geopolítico de la época.

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